domingo, 25 de noviembre de 2007

Noche, playa, brisa, caña


Luego de un par de semanas destructivas, y aunque el estrés se ha hecho sentir con todo su poder en mi organismo, me decido a terminar con esta historia. Les presento unos de las secuelas menos esperadas del mundo:

Llegaron a la playa un grupo de sujetos, aforrándose a las sabias palabras del temucano, con un cargamento de botellas, cigarros y la maldita llama antes mencionada.
Por aquellas cosas de la vida, nuestros difuntos y este nuevo grupo compartían lazos y en aquella fatídica playa sus noches se hicieron una. De apoco las piezas del rompecabezas se armaban frente a sus inconcientes ojos en manos del destino sin que nadie pudiera hacer algo al respecto.
Salieron a la cancha las botellas y nuestro equipo, haciendo gala de una ofensiva que ya querría el seleccionado nacional, acababa una a una con ellas, sin misericordia señoras y señores.
Dicen quienes los vieron que en sus ojos se veía el brillo que la batalla saca del alma de quien pelea en purga ya perdida. Un juego del miedo: nadie gana, todos se embriagan.
De fondo se escuchaba la banda sonora de sus vidas, emitida por un par de trovadores improvisados que con sus guitarras se alzaban sobre las olas y hacían de aquella playa un acompañamiento a sus melodías fogateras. La batalla duro horas, observada atentamente por los dioses sorprendidos por los insignificantes ataques de sus insulsas armas, aquellos jóvenes, sin darse cuenta, estaban siendo protagonistas de una historia que nunca será editada para un gran libro, pero que la tierra recordara con detalles por siglos.
Algunos iluminados cuentan que si lograbas ser uno con la naturaleza épica de la situación, podrías haber escuchado conversaciones que mezclaban en perfecta armonía la estupida belleza de lo innecesario con la maravillosa sabiduría de lo culto.
Pero la ira de los dioses se hizo sentir, mas vale tarde que nunca, Dionisio cosecho en estos próceres de la noche la semilla de la derrota y uno a uno fueron cayendo. Heridos y débiles llamaron a la retirada y zigzagueando se dirigieron a sus carpas, por que soldado que arranca sirve para otra guerra.
De a poco cayeron en un letargo momentáneo, y aun descansan esperando otra oportunidad para librar la batalla eterna que aun los espera. Quizás esta vez perdieron, pero en el corazón de este servidor serán siempre héroes, los reyes de la playa. He aquí el tributo a quienes de hoy en adelante serán conocidos como “los 8”
Cambio y fuera

lunes, 12 de noviembre de 2007

Crónicas de una caña anunciada.

Me entere el día después, como siempre demasiado tarde para hacer algo al respecto. Una playa, cigarros, un coleman lleno de bebestibles y una guitarra se transformaron en la ecuación perfecta para un fin de semana que estos jóvenes no olvidarán.
Se despertaron aquella mañana plagada de cotidianeidad bajo el mismo cielo, iluminado por el mismo sol quemándose a miles de años luz de distancia. La misma brisa playera movía la misma carpa donde se entregaron al sueño la noche anterior. Salieron de la provisoria morada y caminaron sobre la misma arena para dirigirse al mismo mar que bañaba tan redundantemente la misma costa del día que la noche anterior apagó. Se miraron y vieron las mismas caras, arriba de los mismos cuerpos, que vieron hacía un par de horas atrás, antes que la oscuridad las ahogara.
Por lo menos, eso dirían algunos.
Pero tras sobrevivir a estos días de relajo playero, ellos relatan que aquella mañana plagada de cotidianeidad, traía escondida entre las mangas un cielo diferente, iluminado por un sol quemándose un poco mas cerca con cada día que pasa. Sintieron una brisa reponedora, distinta a cualquier otra, que los incitó a salir de aquella carpa tan diferente a como la recordaban, y correr a un mar que ofrecía diligente sus olas exportadas desde los confines del mundo. La arena, que tal como el sol, la brisa y el mar, a simple vista parecía rutinaria, supo recalcar su novedad y entrevieron los infinitos viajes de aquella masa granulada arrastrada por vientos que, en su viaje épico hacia una inevitable muerte en los polos, se transformaban en brisa marina golpeando sus rostros.
Así como las olas, arrastradas por aquel viento patiperro, no eran las mismas del día anterior, al mirarse los jóvenes vieron algo totalmente diferente aquella mañana costera: la cara de la caña.
Como si hubieran sido atacados durante sus sueños por algún mounstro digno de una película clase B (o Z), los cuatro jóvenes presentaban aquellas marcas indiscutibles de una noche de excesos. Sexo, droga y rock and roll hasta morir, pero con la frente en alto, se zambulleron en las frías aguas en un intento desesperado por sobrevivir a aquella deshidratación maquiavélica.
Luego de una reponedora sopa de pollo, estos feligreses de la noche se alzaron de nuevo en pie de guerra, iluminados con esa llama insensata que solo entienden quienes la encienden: los jóvenes (y johnny rotten). La vida es para vivirla dijo Tito Fernández y créanme, ellos la estaban viviendo. Pero como toda buena historia (quien dijo que ésta es una de esas?) tiene un final trágico que ,por esas cosas de la vida, deberás leer en una próxima entrega, si te interesa (cosa que me permito dudar con frenesí).